miércoles, 28 de julio de 2010

Convit, el Nobel y los aplausos del enemigo

Cecilio Canelón

Cada cierto tiempo tiene lugar entre los nuestros, en el chavismo militante y en los activadores de una Revolución que trasciende la coyuntura actual (“chavistas versus escuálidos”) un fenómeno incómodo y muy molesto. Hay gente nuestra que quiere que el enemigo nos premie. Así, comienzan a surgir iniciativas, recolecciones de firmas, manifiestos, documentos, donde se solicita y a veces hasta se EXIGE que le den el premio Nobel de la paz a Chávez, a Fidel Castro, y justo ahora hay un murmullo en Argentina y otros países porque hay gente bienintencionada (sin duda) pero muy ingenua que solicita el Nobel para las Madres de la Plaza de Mayo. ¿Y para qué queremos que el enemigo homenajee a unas doñas que, al menos según sus principios, son gente nuestra?
El premio Nobel, hasta donde se sabe, es un galardón que la sociedad burguesa-capitalista le otorga a los hombres, iniciativas e instituciones que la hacen posible y soportable. Es el máximo reconocimiento al esfuerzo y aporte que han realizado unos pocos elegidos para que el capitalismo sobreviva como sistema. El Nobel nunca le será entregado a alguien que cuestione a la sociedad descompuesta que tenemos en el planeta. Aun así, hay camaradas empeñados en que le entreguen el Nobel a los nuestros.
¿Para qué en mitad de una guerra queremos que el ejército enemigo se acerque y nos dé un premio? ¿Qué tiene de edificante, gracioso o digno pegar alaridos para que el enemigo nos dé un diploma, medalla y 500 mil euros?
Más recientemente y en ámbitos más cercanos, hace unas pocas semanas hubo un revuelo en Venezuela porque el doctor Jacinto Convit creó una vacuna que ha demostrado su efectividad contra el cáncer. Esta noticia, que por sí misma y sin mayor esfuerzo debía generar una conmoción mundial o al menos una curiosidad del tamaño de ese enorme salto adelante en la medicina moderna, comenzó a interesar a la opinión pública y al mundo de las investigaciones científicas. Hasta que el noble anciano (que por cierto, y para que quede claro, jamás se ha revelado como chavista, comunista ni nada parecido) cometió un error: dijo que esta vacuna no debería ser comercializada, que su misión en el mundo era curar el cáncer de manera gratuita y no para enriquecer a nadie, Y NI SIQUIERA A ÉL MISMO. Ese fue el principio del fin de la nueva noticia. El gremio de médicos mercaderes de la salud, la sociedad de oncología y otros clubes de comerciantes del dolor y el derecho a la salud, le saltaron encima a Convit, acusándolo de estar violando nosecuántas normas bioéticas. Ya cualquiera puede entenderlo: si Convit en lugar de querer hacerle un regalo a la humanidad le hubiera puesto precio a la vacuna aquí todo el mundo lo hubiera apoyado, le hubieran pagado por la fórmula y en pocas semanas varios laboratorios pondrían el medicamento en el mercado a un precio impagable. Y poco después, con toda seguridad, le darían el Nobel al viejo científico.
Y que conste: la humanidad, antes de premiar a los que descubran curas contra los males que ella misma ha producido, debería proceder a cerrar fábricas, a prohibir alimentos enlatados y a desmontar urbes, elementos todos cancerígenos y mortales. Premiar a quien descubre la cura a X enfermedad equivale a decirle al mundo “Puedes estar tranquilo en el capitalismo: yo te enfermo y yo mismo te vendo el remedio”.
El día que el fulano Nobel se lo otorguen a uno de los nuestros, a ese "camarada" hay que fusilarlo. En mitad de una batalla el enemigo de pronto deja de disparar, se acerca y te da un trofeo: ¿tengo que felicitarlo por eso? Si le arrancas sonrisas y aplausos al enemigo es porque estás haciendo algo mal. Estás trabajando para ellos. Convit trabajó para ellos pero en el momento crucial traicionó al capital para ponerse del lado de la gente.
Doctor Convit, puede ir despidiéndose del Nobel.

martes, 6 de julio de 2010

La basura burocrática y el momento grande del pueblo sublevado: Caracazo y Sacudón del 5 de julio de 1811 y días siguientes

El famoso cuadro de Juan Lovera (Firma del Acta de Independencia): según la historia que nos impusieron fue un acto pulcro, silencioso, moderado, recatado, acartonado, aristocrático, elegante, pasteurizado y homogeneizado. Este testiomonio de H. Poudenx da otra visión de la participación del pueblo, desde las ventanas y tribunas de la iglesia de San Francisco, aquel 5 de julio: "Cuando van entrando los diputados a ocupar sus puestos amenazan de muerte a los moderados (18). "Nunca tanta gente se había visto allí, ni jamás se observara en los oyentes el porte descomedido que en la ocasión tuvieron. Vítores y aplausos ruidosos y sin fin resonaban cada vez que tornaba o dejaba la palabra un diputado republicano: las opiniones equívocas eran acogidas con risotadas, silbos y amenazas..."

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El objeto de las siguientes anotaciones (algunas mías, otras de autores varios) sobre la historia del 5 de julio y el barullo aquel de la "independencia", no es imponer un conocimiento sino todo lo contrario: para sembrar dudas. Sirva como material que ayude al cuestionamiento, la interpelación, la crítica y la interpretación de la historia oficial, y como punto de análisis hacia la organización y difusión de una Historia del Pueblo.
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El 5 de julio lo que hubo en Caracas fue un traspaso burocrático (y "más o menos" violento) del poder: los españoles nacidos en Caracas le arrebataron el control de la moribunda Capitanía General de Venezuela a los españoles nacidos en España.
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Lo que nos han inculcado como "historia patria" es que ese día nos liberamos de España y que el pueblo tiene que estar orgulloso de ello.
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Una repulsiva y miserable manipulación de la historia pretende hermanar la lucha de las hegemonías por el control de Venezuela con las luchas del pueblo oprimido. En realidad, el pueblo pobre (los esclavos, la servidumbre, en su mayoría pardos y negros) detestó desde el principio la prepotencia de los grandes propietarios, blancos criollos y peninsulares.
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La historia oficial desprecia, condena y por lo tanto pretende silenciar, ocultarnos a nosotros como pueblo, los alzamientos populares del 6 de julio y días posteriores. Sus autores y defensores se basan para ello en un asunto de etiquetas y franquicias que también nos han impuesto: quieren hacernos ver que todo lo que se oponía a los mantuanos era "realista" y por lo tanto despreciable. "Olvidan" (sí, cómo no) que la primera declaración de independencia (19 de abril) la realizaron los próceres también bajo banderas realistas: el primer combo caraqueño que gobernó o intentó gobernar estos territorios se autodenominó "Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII".
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Los "próceres" "patriotas" de la incependencia sabían quién era el rey de España y qué cosa era la corona española. Ellos sabían qué estaban invocando. El pueblo pobre tenía una vaga noción de lo que eran o significaban ese personaje y esa institución: el poder siempre ha sido para el pueblo una imposición lejana, misteriosa y terrible; un poder invisible pero aplastante, algo desconocido y remoto como la idea misma de Dios. Así que no puede reclamársele al pueblo oprimido el "pecado antipatriota" de haber invocado a la corona para sublevarse.
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Los "patriotas" mantuanos invocaron a la corona española para conquistar el poder pero siguen siendo llamados "patriotas"; los pobres de entonces (negros y pardos, esclavos y sirvientes, y los pulperos y pequeños comerciantes canarios, despreciados todos por su origen y ocupación) se alzaron contra ellos usando como excusa a esa misma corona, pero la historia los tacha de "realistas". Patria y gloria para los ricos; látigo y olvido para los pobres.
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El primer exiliado político de la "Junta Conservadora" (los patriotas del 19 de abril de 1810) fue José Félix Ribas, por andar agitando al pueblo: "En 1810 trató de sublevar a los negros para terminar toda casta europea y apoderarse del mando de Caracas. La Junta Revolucionaria, temiendo sus sangrientos designios, le desterró Ignominiosamente a Curazao» (Urquinaona, Memorias). Poco después fue "captado" por los patriotas y dejó de ser héroe del pueblo para convertirse en simple prócer glorificado por la historia mantuana.
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En los albores de la República (más bien en la Primera y Segunda Repúblicas) el pueblo tuvo participación activa, tanto en la lucha por la independiencia como en las luchas propias del pueblo rabioso en busca de su emancipación como casta (y como clase). Cierto que hubo una guerra de independencia, pero en las celebraciones de la "historia patria" ni siquiera se menciona el conflicto grande, aterrador, que fue la Guerra Social: mientras los españoles de allá y de acá resolvían su conflicto burocrático (pura historia europea) estallaba en el fondo, como furiosa agua subterránea de la que nadie quiere hablar, la fase mortal del conflicto milenario de pobres contra ricos; esclavos contra propietarios; pueblo contra "próceres". La historia oficial se las ha arreglado para que parezca que sólo hubo lucha por la independencia (blancos contra blancos; propietarios contra propietarios) ¿Por qué seguir dándole preponderancia a la historia patria por encima de la historia del Pueblo?
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Sobre la participación del pueblo en las luchas de independencia, van a continuación fragmentos de documentos varios, que por cierto existen pero nos han sido convenientemente ocultados:
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Así transcurrió el primer día de nuestra "Independencia" (5-6 de julio de 1811), esto fue un Caracazo, ni más ni menos:
"Aquellos jóvenes (se refiere el autor a los esclavos, servidumbre, pueblo pobre y excluido) en el delirio de su triunfo corrieron por las calles: despedazaron y arrastraron las banderas y escarapelas españolas: sustituyeron las que tenían preparadas, e hicieron correr igualmente con una bandera de sedición a la Sociedad Patriótica, club numeroso establecido por Miranda, y compuesto de hombres de todas castas y condiciones, cuyas violentas decisiones llegaron a ser la norma de las del Gobierno. En todo el día y la noche las atroces pero indecentes furias de la revolución agitaron violentamente los espíritus sediciosos. Yo los vi correr por las calles en mangas de camisa y llenos de vino, dando alaridos y arrastrando los retratos de Su Majestad, que habían arrancado de todos los lugares donde se encontraban. Aquellos pelotones de hombres de la revolución, negros, mulatos, blancos, españoles y americanos, corrían de una plaza a otra, en donde oradores energúmenos incitaban al populacho al desenfreno y a la licencia. Mientras tanto, todos los hombres honrados, ocultos en sus casas, apenas osaban ver desde sus ventanas entreabiertas a los que pasaban por sus calles. El cansancio, o el estupor causado por la embriaguez, terminaron con la noche tan escandalosas bacanales". (José Domingo Díaz, Recuerdos de la Rebelión de Caracas).
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"El mismo día en que se instauró el poder ejecutivo fueron sorprendidos y arrestados algunos pardos en una junta privada que tenia, acaudillada de Fernando Galindo, con el objeto de tratar de materias de Gobierno y de la igualdad y libertad ilimitadas" (Carta de Juan Germán Roscio a Andrés Bello).
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"Si ya no están los mantuanos arrepentidos de su desatinada insurrección, muy poco pueden tardarse en arrepentirse; pero siempre será tarde. Como quiera que los mulatos y negros son 10 ó 12 por un blanco, habrán éstos de sufrir la ley que aquéllos quieran imponerles; y siempre están expuestos a los mismos desastres que sufrieron los franceses dominicanos: tal es la felicidad que se han traído los insurgentes de Caracas con su revolución" (Vicente Emparan, ex Capitán General).
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Después del inolvidable y famoso (porque a la historia oficial ha querido que sea famoso e inolvidable) discurso de Bolívar que contiene la frase: "¿Trescientos años de calma no bastan?", pidió la palabra en la asamblea de la Sociedad Patriótica un Coto Paúl sepultado en el olvido, y se lanzó este otro discurso (del cual no se acuerda nadie, porque la historia oficial no quiere que nadie lo recuerde): "¡La anarquía! Esa es la libertad, cuando para huir de la tiranía desata el cinto y desnuda la cabellera ondosa. ¡La anarquía! Cuando los dioses de los débiles, la desconfianza y el pavor la maldicen, yo caigo de rodillas a su presencia. Señores: Que la anarquía, con la antorcha de las furias en la mano nos guíe al Congreso, para que su humo embriague a los facciosos del orden, y la sigan por calles y plazas, gritando: ¡Libertad! Para reanimar el mar muerto del Congreso estamos aquí en la alta montaña de la santa demagogia. Cuando ésta haya destruido lo presente, y espectros sangrientos hayan venido por nosotros, sobre el campo que haya labrado la guerra se alzará la libertad...”
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Valencia, Caracas, Los Teques y otras poblaciones de los alrededores de la capital se iban a insurreccionar en "nombre del Rey de España" contando para esto con la cooperación de Puerto Cabello, y sobre todo con el envío de tropas españolas desde Maracaibo, que permanecía realista (25). Todo estaba preparado lo mejor posible, pero a última hora, como suele suceder en estos casos, hubo una traición. El plan fue denunciado por don N. Barona y el Gobierno procedió inmediatamente a efectuar los arrestos necesarios.
Sabiendo los conspiradores que estaban denunciados decidieron alzarse en Los Teques a eso de las tres de la tarde del 11 de julio. En esta población se reunieron sesenta canarios montados en mulas, armados de trabucos y con los pechos cubiertos con hojas de lata, a guisa de armadura, gritando furiosa mente "viva el Rey y mueran los traidores". También habían prometido la libertad a los negros de Caracas con tal de que se sumaran a la revuelta pero nada sucedió. En cambio, en Valencia, la conspiración triunfaba apoderándose de la ciudad y proclamando a Fernando VII. Al mismo tiempo la revuelta de Los Teques era dominada completamente antes de las cuatro de la tarde...
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n Valencia, los revolucionarios realistas habían insurreccionado, en vista de hacerse un mayor número de tropas adictas, a todos los negros de los alrededores, dictando proclamas igualitarias y reivindicaciones sociales, dando la libertad a los esclavos y la igualdad a los pardos. Todos los descontentos por rivalidades feudales con Caracas se sumaron al movimiento, pues deseaban que la capital de la República fuese Valencia. Inmediatamente procedieron a repartir armas que hablan recibido, días atrás y en secreto, a todo el pueblo insurreccionado" (Uslar, Historia de la rebelión popular de 1814).
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Así se comportaba la Primera República con el pueblo; esto era lo que entendían por "libertad" los "próceres de la independencia":
"El Supremo Poder Ejecutivo ha mandado establecer, en todos los partidos sujetos a una Justicia Mayor, Patrullas o Guardias Nacionales para la aprehensión de esclavos fugitivos; los cuales, visitando y examinando con frecuencia los Repartimientos, Haciendas, Montes y Valles, harán que se guarde el debido orden en esta parte de nuestra población destinada a la cultura de las tierras, embarazando que se separen de ella por caprichos, desaplicación, vicio u otros motivos perjudiciales a la tranquilidad del país. De orden del Gobierno se comunica al público esta determinación para que llegue a noticia de todos... A esta importancia primera se asocian otras muchas que el Gobierno ha tenido presentes al concebir este establecimiento; pues si protege las penosas tareas de los propietarios de las tierras, no favorece menos la tranquilidad de los partidos rurales, embarazando los robos y asesinatos en caminos desiertos. Los soldados de estas escoltas ambulantes pueden además servir muy bien en diferentes ocasiones para otros objectos de mayor importancia y gravedad por el conocido y frecuentado, con el exercito de sus funciones. La esclavitud honrada y laboriosa nada debe temer de estas medidas de economía y seguridad, con que el Gobierno procura el bien de los habitantes del país". (En Gaceta de Caracas del 26 de julio de 1811).
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Así estaba dividida socialmente la Venezuela de 1811:
"La situación social, de conjunto, en que se encuentra esa Venezuela de 1811 precursora de la Independencia, es la siguiente. Primero un grupo bastante reducido, compuesto por los empleados españoles y criollos de los distintos ramos administrativos; por los hacendados españoles y por el enjambre de pequeños comerciantes, canarios en su mayoría, que deseaban ardientemente la vuelta al viejo régimen, a la eterna colonia, donde solamente podrían sobrevivir y conservar alguna importancia social... "El segundo grupo está compuesto por los grandes propietarios y comerciantes ligados a la producción nacional. En su mayor parte, con pocas excepciones, es un grupo que desea la Independencia, pero la desea en el fondo, sin derramamiento de sangre, sin escándalo, calladamente. No quiere exteriorizar su descontento porque- en general tiene mucho que perder. Con el beneplácito de este grupo es que se realiza el 19 de abril, pero es también este grupo quien condena a Miranda cuando sus primeras intentonas libertadoras. Quiere independencia sin guerra, y libertad con pueblo esclavo y sumiso. Este grupo es el que por presión de los demagogos de la Sociedad Patriótica declarará la Independencia, pero también será él el que por sus contradicciones internas ocasionará la pérdida de la Primera República y preparará con sus pequeñas rencillas y complejos de clase el advenimiento de esa gran oleada de sangre que fue la rebelión popular de 1814... "El tercer grupo es el de los insurrectos, compuesto en su mayor parte por jóvenes pertenecientes a la clase media o a la nobleza. Estos últimos, ricos herederos como los Bolívar o los Ribas, impregnados de la filosofía revolucionaria francesa y plenos de idealismo nacional, a quienes nada les importa perder posesiones y fortunas con tal de ver una bandera propia ondeando sobre el suelo de la patria. Son ellos los fundadores de la libertad... "El cuarto grupo es el pueblo; libres y esclavos, negros y mestizos, formando en un 95 por 100 lo que en aquellas épocas se denominaba "las castas" o también con un cierto sentido de desprecio "el negraje", aunque fueran indios o simplemente mestizos. Este grupo está sometido por completo a la ignorancia y al aislamiento espiritual más absoluto. No tiene noción de lo que puede ser la patria, la familia o la religión. Es un grupo que en teoría es humano pero en la práctica se considera como animal, o como intermedio entre la bestia y el hombre. Ven al blanco con el odio intenso de la inferioridad forzada. Por generaciones han tenido que doblegarse a los caprichos más pequeños de sus amos y al látigo, material o moral, de sus capataces. El libre se diferencia del esclavo en el solo aspecto de que no es esclavo. Muchas veces no se le paga nada o muy poco, con el agravante de que tiene que cargar consigo mismo, mientras el verdadero esclavo, como propiedad, es protegido por el amo". (Juan Uslar Pietri, Historia de la rebelión popular de 1814).