jueves, 12 de marzo de 2009

Periodistas y comunicadores: el desfallecer de una truculencia

Rúkleman Soto

Sé que no faltará arbitrariedad en esta crónica que busca conectar los zapatazos que un periodista iraquí lanzó a Bush, la masacre israelí sobre Gaza y la breve épica comunicacional de Pedro Carvajalino, incidente que, en nuestro ámbito, no pocos califican como una cómica consumada ante el grupo de dirigentes opositores recién llegados de Puerto Rico los primeros días de enero.

Planteado así, este ejercicio admite una crítica a la comunicación social, como parte de lo que Ángel Rama llamó “la ciudad letrada” en su ensayo La ciudad escrituraria, donde expresa: “A través del orden de los signos, cuya propiedad es organizarse estableciendo leyes, clasificaciones, distribuciones jerárquicas, la ciudad letrada articuló su relación con el Poder, al que sirvió mediante leyes, reglamentos, proclamas, cédulas, propaganda y mediante la ideologización destinada a sustentarlo y justificarlo”.

Se quiera ver o no, nos encontramos en un momento en el que cierto tipo de periodismo parece escribirse en medio de silbantes estertores que anuncian su expiración. Para ser más preciso: estos tiempos advierten sobre el desfallecer de una truculencia, una mascarada insostenible que hasta hace poco pretendía guardar las apariencias por temor al qué dirán y por amor al dinero, mediante el remoquete de prensa independiente. Pero el neoliberalismo, la globalización y la postmodernidad han provocado el destape mediático del poder, que hoy nos ubica inevitablemente frente al renacer del viejo periodismo militante como respuesta.

Es probable que la razón sea simple: ahora mismo el modelo capitalista se encuentra en su más alto punto de conflicto con todas las manifestaciones de vida en el planeta. Por lo tanto, no cabe para nosotros otra forma de comunicación que aquella que se ejerce desde enfoques insurgentes, en claro enfrentamiento con la más descarada y oprobiosa dominación mediática.

Ilusionistas y prestidigitadores

Desde hace un tiempo, y gracias a los espacios que se logran arrebatar a Internet, artículos como el de Manuel Freytas, titulado Cómo los medios y las grandes cadenas deforman y manipulan la comprensión de la masacre judía en Gaza, publicado por kaosenlared.net, pueden ser leídos con alguna frecuencia; no es que abunden, pero cada vez es mayor y más accesible el material destinado a descubrir las trampas de la dominación mediática. Por esas mismas razones, los zapatos arrojados contra la inhumanidad de G.W. Bush, dieron y siguen dando la vuelta al mundo, gravitando en torno a las conciencias como un símbolo de dignidad.

Sin embargo, develado el misterio, la manipulación mediática aún rinde frutos, no porque cuente con otra fórmula ultrasecreta, ni porque la charlatanería de la objetividad e independencia logre aún ocultar su oscura perversión, sino porque inunda al mundo eficazmente con su mercadería de falsificaciones.

Irrigados por el gran capital, en buena medida judío, medios a los que no damos ni el más mínimo porcentaje de credibilidad siguen distribuyendo las noticias que consumimos a gran escala, tal como sucede con la última masacre sionista perpetrada en Gaza.

Por ejemplo, pocos años antes de la llegada de Chávez al poder, los medios de comunicación en nuestro país contaban con una abrumadora legitimidad, confiabilidad y preferencia; entonces mentían a favor del establishment político. Aunque hoy no se puede opinar lo mismo de ellos, conservan la enorme capacidad de inocular a la velocidad de la luz y a escala masiva, el virus de la desinformación que, inmediatamente, nos impone la colosal tarea de desmontaje, en franca situación de desventaja.

Seguimos a la defensiva ante un enemigo que no tiene pudor ni ética cuando se trata de manipular la realidad, lo cual hace permanentemente, con elegancia de prestidigitador (de allí la palabra prestigio). Parafraseando a Freytas: a la masacre le dicen conflicto, no hay un genocidio sistemático sino una guerra, no hay una invasión militar sino un proceso de violencia, la expoliada Palestina es tan responsable como el colosal intruso Israel…en fin, son las ventajas que da el prestigio.

“Progre” sí, insurrecto no


Pero ¿qué sucede cuando tomamos la ofensiva? Estos ojos que no pocas cosas han visto en casi 50 años, no dejan de sorprenderse ante el hecho reiterado de advertir que desde las propias trincheras comunicacionales revolucionarias se han desatado toda clase de soterrados rubores, desmayos, vahídos, berrinches, reclamos y ataques contra Carvajalino. El joven productor de Ávila TV, en un supremo acto de albedrío comunicacional, puso en aprietos a los altos dirigentes de Primero Justicia, Copei, UNT y muy especialmente al caradura director del partido Globovisión. Acto que de inmediato generó importantes implicaciones políticas, como el hecho de que el tortuoso camino hacia el socialismo, vía enmienda constitucional, luzca hoy ligeramente despejado. Lo que pasa –dirán- es que le faltó charme, enchantement, o sea: profesionalismo, elegancia, porque lo cortés no quita lo valiente, y vainas por el estilo.

¿Será que la ciudad escrituraria arraigada en el gremio periodístico “progresista”, más no insurrecto, fue estremecida por un soberano ejercicio de comunicación, capaz de desenmascarar lo que a ciertos licenciados les está vedado, en virtud de su profundo compromiso con el Poder que les otorgó el privilegio exclusivo de “mediar”? Larga pregunta, pero no más que la del referendo del venidero 15 de febrero, así que vayan acostumbrándose.

O, peor aún ¿Será que teniendo la capacidad para interpelar sin contemplaciones al enemigo real, buena parte del gremio letrado del periodismo bolivariano se niega a destruir todo aquello que eterniza los privilegio y el sistema de clases aún vigente, porque comulgan con eso en su más honda entraña? No es descabellada la interrogante, toda vez que ha sido “evidente que la ciudad letrada remedó la majestad del Poder, aunque también puede decirse que éste rigió las operaciones letradas, inspirando sus principios de concentración, elitismo, jerarquización. Por encima de todo, inspiró la distancia respecto al común de la sociedad”.

Tal vez por eso, aquellos que en la lejanía se desbarataron las manos aplaudiendo los zapatazos que un periodista de verdad verdad le tiró a Bush, se ven virtualmente imposibilitados de celebrar, aquí mismito, el episodio admirable que protagonizó Carvajalino en su soberano derecho a comunicar como un ciudadano común, con palabras, gestos y expresiones comunes; con esa común falta de “ética profesional” y ordinariez que tiene el vulgo vulgar, grosero y desprestigiado, el pata-en-el-suelo que jamás pisó una corte ( o academia, para los efectos es lo mismo), y por lo tanto no es cortés ni elegante frente a la arrogancia del poder.

Desde una incomprensible moralina profesional, para algunos resulta “antiético” que alguien se ocupe de hacernos ver en su más alto grado de pureza, los niveles de infamia entreguista, procacidad y palangrismo de que son capaces personeros como Ravell y su combo. Curiosa actitud moral, si se contrasta con el capítulo II del Código de ética del periodista venezolano ¿alguien recuerda el artículo 7, el 15, el…?

El periodismo bolivariano “progre” es capaz de producir muchos reportajes audiovisuales y un gran centimetraje de opinión a favor de la causa palestina, ya que puede comprender, en lontananza, la terrible ocupación sionista de Gaza; y también puede comprender que Hamas no hace otra cosa que resistir con los recursos que están a su alcance frente al exterminio ejecutado por la subpotencia militar que es Israel… al igual que pronto lo será Colombia. Pero lejos de comprender el papel jugado por Carvajalino y su equipo, en el desmontaje de la patraña imperial y opositora, exaltan su falta de glamour periodístico, ese plebeyo desapego a leyes, decálogos y clasificaciones que tanto daño causan al prestigio de la profesión.

Por un periodismo militante


Cabe aclarar que, aún así, la ciudad letrada que palpita en muchas almas del periodismo bolivariano puede permitirse emitir un voto favorable en el próximo referendo, porque como señala Ángel Rama, esa “ciudad letrada quiere ser fija e intemporal como los signos”, para luego advertirnos sobre su capacidad de adaptación: “Nos preguntaremos sobre las posibles transformaciones que en ella se introduzcan, sobre su función en un período de cambio social, sobre su supervivencia cuando las mutaciones revolucionarias, sobre su capacidad para reconstruirse y reinstaurar sus bases cuando éstas hayan sido trastornadas”.

Sin embargo, buena parte de ese mismo periodismo bolivariano no parece asimilar en toda su magnitud que la comunicación socialista se encuentra en una fase de beligerancia frente a un enemigo que declaró, desde el Pentágono, su guerra de cuarta generación, y en consecuencia desató todo su poderío mediático contra Venezuela. Ante ello, nuestro país se defiende también con los recursos a su alcance, en lo que aún se configura como una guerra de guerrillas, sólo que mediática y asimétrica. Es decir: aquí también estamos en guerra ¿comprenden?

Pero ¡Ojo! no se trata de la guerrilla semiológica, integrada y gatopardiana de Umberto Eco, que se conforma con resistir eternamente en la trinchera de los signos sin que nada cambie. Se trata de una guerrilla guevarista, transformadora, que aspira al poder, que busca convertirse en ejército del pueblo para quebrar con éxito la supremacía de las superpotencias mediáticas; una guerrilla insurgente, perturbadora, apocalíptica, que anhela reapropiarse del poder comunicacional que le fue arrebatado mediante la división social del trabajo.

¡Todos somos comunicadores! es la consigna de esa milicia alternativa e insurgente, por lo tanto la ciudad escrituraria no puede seguir reservándose el derecho a mediar en la sociedad, aunque hable bonito y se ponga boina roja rojita.

¡Todos somos comunicadores! en consecuencia todos los carvajalinos de la Patria están en capacidad de interpelar en el parlamento, y fuera de él, a los enemigos de la Revolución, y triunfar donde los flamantes diputados-periodistas han fracasado de manera reiterada y estruendosa.

Finalmente ¡Todos somos comunicadores! por consiguiente la sociedad nueva no tendrá, como lo señaló Marx, artistas, periodistas o médicos, sino hombres y mujeres que entre otras cosas crean, comunican y sanan.

Esa y no otra es la perspectiva socialista ¿Tas claro?

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