He abierto un nuevo blog, cuyo contenido son las páginas de un libro compilatorio que escribí para Fundarte en 2007: Del 11 al 13. Testimonios y grandes historias mínimas de abil 2002 (clic aquí). El libro en físico puede adquirirse por ahí, creo que en las Librerías del Sur y otros lugares. En ese blog cuyo enlace acabo de poner acá arriba puede leerlo gratismente, imprimirlo, regalarlo, recomendarlo, insultarlo, lo que le dé la gana. Le autorizaría también a comercializarlo, pero le aseguro que no vale la pena. Nadie se hace rico vendiendo libros de bichos desconocidos, y a veces ni siquiera pirateando libros de autores famosos.
¿De qué va el libro? Es una recopilación de testimonios de personas que estuvieron (me incluyo; hay algo de mi propio testimonio allí) en el centro de Caracas o en otras trincheras de batalla el 11 de abril; que fueron participantes y/o testigos del estallido del 12, las candelas del 13 y la fiesta del 14 en la madrugada.
Siempre alguien dice las cosas mejor que uno. En este caso, aunque somos pueblo y como pueblo hablamos, avanzamos, nos equivocamos, estallamos de felicidad y llevamos leña por ese lomo, resulta evidentemente y por razones obvias mucho mejor escuchar a varios compatriotas que a uno solo. Así pues, en esos testimonios encontramos más sustancia, explicaciones, claves y datos inéditos que en la voz de un solo sujeto.
Dice Gino González, por cierto, que cada uno somos gota y todos el aguacero. Una de esas gotas es el propio Gino, quien compuso un extraordinario resumen de lo sucedido en esos días. Se titula Del despecho a la alegría, y vale la pena escucharla en su blog (hacer clic en el enlace acá arriba, donde está resaltado su nombre).
En cuanto a mi propio punto de vista, por estos días me mueve una certeza: la fecha digna de ser resaltada es el 12 de abril de 2002. No el 13, como ha convenido el chavismo oficial, y mucho menos el 11, como quiere establecer la derecha antochavista. Fue el 12 cuando ocurrió ese evento histórico extraño, anómalo y desconcertante, ocurrido sólo unas cuatro veces desde 1810 hasta nuestros días: la activación del pueblo en sus facetas destructivas, en ausencia de la autoridad nacional o poder constituido. Ocurrió el 6 de julio de 1811. Ocurrió el 5 de diciembre de 1814, a la muerte de José Tomás Boves. Ocurrió en febrero de 1836. Volvió a ocurrir el 23 de enero de 1958. De nuevo estalló el 27 de febrero de 1989. Y finalmente lo hizo el 12 de abril de 2002, no bien el güevón de Carmona (encumbrado por militares, sindicaleros y empresarios, seguidos por una buena cantidad de comemierdas de la "sociedad civil" que salieron a meterle gasolina al caos sin saber para qué los estaban arreando) se calzó a sí mismo la corona de rey de Venezuela.
En todas esas fechas se produjeron situaciones de diverso signo, orientación, causalidad y resultados, pero un ingrediente es común a todas: la figura a quien el pueblo oprimido consideraba autoridad, fuera ésta querida o no, legítima o no, aceptada o no, quedó suprimida (la Corona española en 1811; Boves en 1814; Gómez en el 35 -el estallido fue en el 36, con un blandengue López Contreras que luego se endureció-; Pérez Jiménez en el 58; el Puntofijismo en pleno en el 89, Chávez en 2002), y en ese espacio límbico llamado vacío de poder (¿les suena?) se produce la activación espontánea del pueblo como fuerza constituyente.
Sí, hubo vacío de poder el 11 de abril. Pues de bolas: ¿no tenían acaso secuestrado a quien detentaba el poder?
***
La derecha, y la izquierda que se cree derecha, seguirá insistiendo en que "los pistoleros de Llaguno" estaban disparándole a la marcha de sifrinos que nevía del este. Suficientes testimonios audiovisuales rebaten ese embuste grotesco cocinado por Venevisión y multiplicado por mucho hijo de la gran puta, ese cuyo conjunto llamamos nuestro enemigo. Este año, mis líneas de recordación de la fecha van dedicadas a ellos. A los pistoleros. Y les pongo el nombre que el enemigo quiere encasquetarles. Porque es preciso reivindicar los datos y claves que los aterroriza. Quizá así terminen de entender que estaremos esperándolos, vengan por las buenas o por las malas.
¿De qué va el libro? Es una recopilación de testimonios de personas que estuvieron (me incluyo; hay algo de mi propio testimonio allí) en el centro de Caracas o en otras trincheras de batalla el 11 de abril; que fueron participantes y/o testigos del estallido del 12, las candelas del 13 y la fiesta del 14 en la madrugada.
Siempre alguien dice las cosas mejor que uno. En este caso, aunque somos pueblo y como pueblo hablamos, avanzamos, nos equivocamos, estallamos de felicidad y llevamos leña por ese lomo, resulta evidentemente y por razones obvias mucho mejor escuchar a varios compatriotas que a uno solo. Así pues, en esos testimonios encontramos más sustancia, explicaciones, claves y datos inéditos que en la voz de un solo sujeto.
Dice Gino González, por cierto, que cada uno somos gota y todos el aguacero. Una de esas gotas es el propio Gino, quien compuso un extraordinario resumen de lo sucedido en esos días. Se titula Del despecho a la alegría, y vale la pena escucharla en su blog (hacer clic en el enlace acá arriba, donde está resaltado su nombre).
En cuanto a mi propio punto de vista, por estos días me mueve una certeza: la fecha digna de ser resaltada es el 12 de abril de 2002. No el 13, como ha convenido el chavismo oficial, y mucho menos el 11, como quiere establecer la derecha antochavista. Fue el 12 cuando ocurrió ese evento histórico extraño, anómalo y desconcertante, ocurrido sólo unas cuatro veces desde 1810 hasta nuestros días: la activación del pueblo en sus facetas destructivas, en ausencia de la autoridad nacional o poder constituido. Ocurrió el 6 de julio de 1811. Ocurrió el 5 de diciembre de 1814, a la muerte de José Tomás Boves. Ocurrió en febrero de 1836. Volvió a ocurrir el 23 de enero de 1958. De nuevo estalló el 27 de febrero de 1989. Y finalmente lo hizo el 12 de abril de 2002, no bien el güevón de Carmona (encumbrado por militares, sindicaleros y empresarios, seguidos por una buena cantidad de comemierdas de la "sociedad civil" que salieron a meterle gasolina al caos sin saber para qué los estaban arreando) se calzó a sí mismo la corona de rey de Venezuela.
En todas esas fechas se produjeron situaciones de diverso signo, orientación, causalidad y resultados, pero un ingrediente es común a todas: la figura a quien el pueblo oprimido consideraba autoridad, fuera ésta querida o no, legítima o no, aceptada o no, quedó suprimida (la Corona española en 1811; Boves en 1814; Gómez en el 35 -el estallido fue en el 36, con un blandengue López Contreras que luego se endureció-; Pérez Jiménez en el 58; el Puntofijismo en pleno en el 89, Chávez en 2002), y en ese espacio límbico llamado vacío de poder (¿les suena?) se produce la activación espontánea del pueblo como fuerza constituyente.
Sí, hubo vacío de poder el 11 de abril. Pues de bolas: ¿no tenían acaso secuestrado a quien detentaba el poder?
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La derecha, y la izquierda que se cree derecha, seguirá insistiendo en que "los pistoleros de Llaguno" estaban disparándole a la marcha de sifrinos que nevía del este. Suficientes testimonios audiovisuales rebaten ese embuste grotesco cocinado por Venevisión y multiplicado por mucho hijo de la gran puta, ese cuyo conjunto llamamos nuestro enemigo. Este año, mis líneas de recordación de la fecha van dedicadas a ellos. A los pistoleros. Y les pongo el nombre que el enemigo quiere encasquetarles. Porque es preciso reivindicar los datos y claves que los aterroriza. Quizá así terminen de entender que estaremos esperándolos, vengan por las buenas o por las malas.
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