Artículos referenciales:
El prestigio del “primer jefe de la democracia” (como lo bautizó Juan Vicente González) funcionaba como hoy lo hacen los blackberrys y la televisión: cuando en una población corría la voz de que se acercaba Boves, esclavos y sirvientes comenzaban a festejar y los amos a aterrarse: eran los misiles del asturiano que se activaban antes de empezar las batallas. Vaya este otro análisis a 228 años del nacimiento del Taita
Cecilio Canelón
Como pretendemos ir a contracorriente, comenzaremos esta especie de biografía desde la muerte del personaje, y un poco después. El 17 de febrero de 1815, desde Mompox (Nueva Granada) Simón Bolívar decía: “La muerte de Boves es un gran mal para los españoles, porque difícilmente se encontrarán en otro las cualidades de aquel jefe”. Es quizá el único pasaje, en todos los documentos de Bolívar, en que El Libertador le reconoce algún mérito a su contrafigura, el hombre que destrozó con sus hordas el segundo intento de fundar una República. Por supuesto que se equivocaba Bolívar: quien lo había derrotado y amenazaba con liquidar a todas las castas dominantes era el pueblo desbordado, no un general con cualidades excepcionales. El prestigio del “primer jefe de la democracia” (como lo bautizó Juan Vicente González) funcionaba como hoy lo hacen los blackberrys y la televisión: cuando en una población corría la voz de que se acercaba Boves, esclavos y sirvientes comenzaban a festejar y los amos a aterrarse: eran los misiles del asturiano que se activaban antes de empezar las batallas. Boves no tenía tras de sí a un ejército sino todo un pueblo alrededor, en todas partes. Mucha gente que se activó y peleó para la causa (que no era la realista, por cierto, sino la de la redención del ser humano en esclavitud) jamás vio al jefe: bastaba invocar el nombre de aquel que invitó al pueblo pobre a arrebatarles a los ricos lo que éstos le secuestraron por años, para que entrara en acción el ejército más pavoroso. Tal cual el Sacudón (o Caracazo) de 1989, la rebelión de 1813-1814 no tenía un foco o punto de partida sino cientos de miles: en cada sótano, fogón o hacienda donde hubiera gente con las esperanzas destruidas, ahí estallaba la furia. Aquel fenómeno, junto con el de Haití años atrás, es el antecedente más claro de lo que se ha llamado Ejército de Liberación Popular en América Latina, y su acción caótica y justiciera se llama democracia. Y fue cruel, muy cruel, este primer ejercicio de democracia participativa y protagónica en Venezuela.
Apenas se olfateaba la llegada del ejército bovero, el esclavo desobedecía a su amo y se iba tras los bienes, tras la niña o mujer que lo despreciaba; el engreído patrón que echaba látigo y desprecio sintió al fin la lanza del que siempre fue obligado a postrarse. La capacidad de destrucción de un pueblo rabioso se echó a rodar inmisericorde. Las ciudades y caminos se llenaron de escenas inverosímiles de horror; así se cobró la gente pobre una venganza de 3 siglos. Pero como siempre es más fácil personalizar el odio y el miedo, los historiadores prefieren atribuirle a un solo sujeto cada degollamiento, cada violación, cada descuartizamiento. Boves no mató a cien mil personas, pero el demagogo estándar jamás dirá que fue el pueblo salido de madre. Eso no genera simpatías. No "vende". Mejor entonces echarle la culpa a un solo hombre.
Pero aquí el punto de interés es otro. Que El Libertador haya atisbado “cualidades” casi irremplazables en José Tomás Boves (muerto en la batalla de Urica, 5 de diciembre de 1814) es digno de apreciarse, sobre todo teniendo en cuenta los párrafos que le había dedicado al asturiano en cartas anteriores: “el archimonstruo, el devastador de Venezuela”… “más de ochenta mil almas han bajado a la silenciosa tumba por su orden o por los medios y aun por las manos de este caníbal, y el bello sexo ha sido deshonrado y destruido por los medios más abominables y de la manera más innatural y horrenda” … “Nada se ha escapado a la furia despiadada de este tigre” … “de todos esos campos risueños, apenas quedan vestigios, excepto escombros, esqueletos y ceniza”.
Así se expresaba Simón Bolívar, un hombre que en una sola orden y en un solo día mandó a asesinar a 800 españoles, incluidos reclusos y enfermos en La Guaira. Esto ocurrió el 14 de febrero de 1814, pero la historia patria prefiere opacar este suceso, y nada mejor que la Batalla de La Victoria, que tuvo lugar el mismo día, para lograrlo. Casi ningún venezolano recuerda hoy que el “Día de la Juventud” hubo una matanza de españoles indefensos.
¿Por qué silenciar la más grande rebelión social?
Antes del período de Guerra Social (1812-1814) hubo varios alzamientos, insurrecciones e insumisiones de esclavos que han concitado el interés de los venezolanos. Desde 1603, cuando se sublevan los negros en las rancherías de perlas en la Isla de Margarita, hasta el alzamiento de José Leonardo Chirino en Falcón (1795), pasando por las muchas cimarroneras y gestos insólitos como los del Negro Miguel, Guacamayo y Andresote, hubo docenas y quizá centenares de actos de rebeldía que pasaron a la historia con gran renombre y admiración, aunque sólo tuvieron alcance local. Quizá sea el de Chirino el más conocido y celebrado de todos los alzamientos de esclavos, y se trató de un movimiento de unas 200 personas que abarcó un territorio de no más de 700 hectáreas.
En cambio, el fenómeno telúrico, el espantoso sacudón que desató el pueblo oprimido bajo las órdenes de José Tomás Boves entre 1813 y 1814, fue el primer alzamiento popular de alcance nacional registrado en lo que hoy se conoce como Venezuela. Pero ese estallido sólo es mencionado como hecho horrendo y maligno, por razones que tienen que ver con el resguardo de los valores de la patria. Más allá de las consideraciones acerca de si Boves y su gente eran “realistas”, descuella el hecho de que la mayoría de las personas sometidas a esclavitud, servidumbre y segregación (negros, pardos y pequeños comerciantes canarios) se incorporaban a las filas de la rebelión en mareas desbordantes. Ha dicho Juan Bosch: “Cuando Boves ordenó el ataque a La Victoria, en el mes de febrero, disponía de 7.000 hombres; cuando huyó hacia los Llanos la noche del 17 de abril, le quedaban sólo 400. Y sin embargo al comenzar el mes de junio reapareció en los Llanos a cabeza de miles de seguidores, tan fieros como los que mandaba dos meses antes. El pueblo engrosaba las filas de Boves sin cesar, como aumenta la lluvia el agua de los ríos”.
Sobre Boves pesa un dictamen simplista: peleaba por la corona para reimplantar o sostener el sistema colonial. Los hechos hablan de una realidad más compleja: los esclavos y oprimidos le seguían porque a su lado iban a combatir a una casta que se ganó su desprecio: los blancos criollos, los mantuanos. ¿Era realista también el pueblo pobre? ¿Adoraba al Rey y a la Corona? El pueblo pobre tenía entonces una vaga noción de lo que eran o significaban ese personaje y esa institución. No puede reclamársele al pueblo oprimido el "pecado antipatriota" de haber invocado a la corona para sublevarse. La invocación de Boves en el papel hablaba de defensa del Rey, pero la invocación en los campos fue de una rabia ancestral. Demagogo sí que lo era, pero en su descargo queda el haber cumplido una promesa crucial: entregarle al pueblo pobre, o mejor: permitir que el pueblo pobre tomara con sus manos, lo que los grandes propietarios blancos le arrebataron por tres siglos. Allí queda, para la historia, el célebre bando de Guayabal (noviembre 1813), primer documento de Boves a sus jefes españoles, en el cual solicita apoyo y reconocimiento a sus hombres. Se dice rápido, hasta que uno se percata de que “sus hombres” eran gente que no tenían más que medio pantalón y unas cadenas, y de pronto viene un jefe y pide para ellos rango militar y respeto a su investidura.
El Regente Heredia, realista, decía que Boves estaba exterminando la raza blanca en Venezuela. Blanco criollo, mantuano y republicano quería decir lo mismo para los hombres de Boves. Tomás Morales, quien le sucedió en el mando como comandante general del ejército de Oriente cuando Boves murió en la batalla de Urica, escribía en febrero de 1815 que había exterminado a los republicanos. ".. .no han quedado ni reliquias de esta inicua raza en toda Costa Firme", decía.
¿Vale la pena detener el análisis en la observación del presunto racismo implícito en el anhelo de exterminio de los blancos? No, porque “blanco” en 1814 significaba propietario, y el propietario era el esclavista, terrateniente, engreído, poderoso y criminal de siempre: era el opresor que primero era español nacido en Europa y ahora era español nacido en Caracas. Así, la insurgencia de la horda bovera hablaba de un contenido de clases: muerte al que lo tiene todo y poder para el que nada tenía.
El resto de los datos biográficos de José Tomás Boves puede diluirse en una narración bostezante sin problema alguno, porque lo esencial de su persona no es su persona sino el maremoto humano que fue tras de sí: nació en 1782 y murió en 1814. En términos actuales tenemos a un joven de 32 años puesto al frente de un pueblo que por unos pocos meses tuvo el poder (aunque no ejerció funciones de Gobierno). Un pueblo y no un ejército. Ese fue el “secreto” de sus terribles victorias.
¿Por qué silenciar la más grande rebelión social?
Antes del período de Guerra Social (1812-1814) hubo varios alzamientos, insurrecciones e insumisiones de esclavos que han concitado el interés de los venezolanos. Desde 1603, cuando se sublevan los negros en las rancherías de perlas en la Isla de Margarita, hasta el alzamiento de José Leonardo Chirino en Falcón (1795), pasando por las muchas cimarroneras y gestos insólitos como los del Negro Miguel, Guacamayo y Andresote, hubo docenas y quizá centenares de actos de rebeldía que pasaron a la historia con gran renombre y admiración, aunque sólo tuvieron alcance local. Quizá sea el de Chirino el más conocido y celebrado de todos los alzamientos de esclavos, y se trató de un movimiento de unas 200 personas que abarcó un territorio de no más de 700 hectáreas.
En cambio, el fenómeno telúrico, el espantoso sacudón que desató el pueblo oprimido bajo las órdenes de José Tomás Boves entre 1813 y 1814, fue el primer alzamiento popular de alcance nacional registrado en lo que hoy se conoce como Venezuela. Pero ese estallido sólo es mencionado como hecho horrendo y maligno, por razones que tienen que ver con el resguardo de los valores de la patria. Más allá de las consideraciones acerca de si Boves y su gente eran “realistas”, descuella el hecho de que la mayoría de las personas sometidas a esclavitud, servidumbre y segregación (negros, pardos y pequeños comerciantes canarios) se incorporaban a las filas de la rebelión en mareas desbordantes. Ha dicho Juan Bosch: “Cuando Boves ordenó el ataque a La Victoria, en el mes de febrero, disponía de 7.000 hombres; cuando huyó hacia los Llanos la noche del 17 de abril, le quedaban sólo 400. Y sin embargo al comenzar el mes de junio reapareció en los Llanos a cabeza de miles de seguidores, tan fieros como los que mandaba dos meses antes. El pueblo engrosaba las filas de Boves sin cesar, como aumenta la lluvia el agua de los ríos”.
Sobre Boves pesa un dictamen simplista: peleaba por la corona para reimplantar o sostener el sistema colonial. Los hechos hablan de una realidad más compleja: los esclavos y oprimidos le seguían porque a su lado iban a combatir a una casta que se ganó su desprecio: los blancos criollos, los mantuanos. ¿Era realista también el pueblo pobre? ¿Adoraba al Rey y a la Corona? El pueblo pobre tenía entonces una vaga noción de lo que eran o significaban ese personaje y esa institución. No puede reclamársele al pueblo oprimido el "pecado antipatriota" de haber invocado a la corona para sublevarse. La invocación de Boves en el papel hablaba de defensa del Rey, pero la invocación en los campos fue de una rabia ancestral. Demagogo sí que lo era, pero en su descargo queda el haber cumplido una promesa crucial: entregarle al pueblo pobre, o mejor: permitir que el pueblo pobre tomara con sus manos, lo que los grandes propietarios blancos le arrebataron por tres siglos. Allí queda, para la historia, el célebre bando de Guayabal (noviembre 1813), primer documento de Boves a sus jefes españoles, en el cual solicita apoyo y reconocimiento a sus hombres. Se dice rápido, hasta que uno se percata de que “sus hombres” eran gente que no tenían más que medio pantalón y unas cadenas, y de pronto viene un jefe y pide para ellos rango militar y respeto a su investidura.
El Regente Heredia, realista, decía que Boves estaba exterminando la raza blanca en Venezuela. Blanco criollo, mantuano y republicano quería decir lo mismo para los hombres de Boves. Tomás Morales, quien le sucedió en el mando como comandante general del ejército de Oriente cuando Boves murió en la batalla de Urica, escribía en febrero de 1815 que había exterminado a los republicanos. ".. .no han quedado ni reliquias de esta inicua raza en toda Costa Firme", decía.
¿Vale la pena detener el análisis en la observación del presunto racismo implícito en el anhelo de exterminio de los blancos? No, porque “blanco” en 1814 significaba propietario, y el propietario era el esclavista, terrateniente, engreído, poderoso y criminal de siempre: era el opresor que primero era español nacido en Europa y ahora era español nacido en Caracas. Así, la insurgencia de la horda bovera hablaba de un contenido de clases: muerte al que lo tiene todo y poder para el que nada tenía.
El resto de los datos biográficos de José Tomás Boves puede diluirse en una narración bostezante sin problema alguno, porque lo esencial de su persona no es su persona sino el maremoto humano que fue tras de sí: nació en 1782 y murió en 1814. En términos actuales tenemos a un joven de 32 años puesto al frente de un pueblo que por unos pocos meses tuvo el poder (aunque no ejerció funciones de Gobierno). Un pueblo y no un ejército. Ese fue el “secreto” de sus terribles victorias.
2 comentarios:
Excelente artículo. Te felicito. Me has ayudado a entender un poco más a Boves, no sólo la maldad que ya todos sabemos, sino el liderazgo que le dió el pueblo en aquel entonces para luchar en contra de las clases privilegiadas.
Y todavía... los mantuanos.
Excelente artículo.
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