Cecilio Canelón
En estos días (27 de mayo) cumplimos tres años sin RCTV. Es bueno decirlo así y no en forma proactiva (como dicen los manuales de autoayuda), o sea, no montarnos en una celebración que no tendría sentido: “En estos días cumple años en el aire TVES”. Da para otro artículo ese asunto de la Televisora Social (¿por qué todavía no tenemos un programa seguido y aceptado por los venezolanos, o al menos por los venezolanos convencidos y participantes del proyecto bolivariano? ¿Son pocos tres años?), pero el que nos ocupa hoy va más bien por el lado del recuerdo de las tensiones del año 2007. La inquietud que recorrió las calles, el despertar bullicioso de la escualidez, y la revelación de nuestra tremenda inseguridad como chavistas o gentes que queremos o decimos querer echar adelante una Revolución. Así que esta breve reflexión no tiene que ver con calidad de televisión ni programas nuevos o viejos, sino con una pregunta que requería mente fresca y algo de serenidad, cosa que tenemos ahora: ¿Cuándo dejamos de ser rebeldes? ¿Cómo se puede hacer una Revolución desde la inseguridad y el miedo a los poderosos y (peor) al qué dirán?
Datos para la primera pregunta: la rebeldía es un ingrediente fundamental para echar a rodar cambios revolucionarios. Sin ese elemento no es posible ni siquiera el acto simple de meterse con los poderosos, afectar sus intereses; sin rebeldía no es posible ni siquiera el gesto primario de rebelión que significa faltarle el respeto o alzarle la voz a ese poderoso, o empinarse cuando nos ordena arrodillarnos. Ese requisito quedó más o menos cubierto cuando el Gobierno decidió que la programación de ese canal no salía más por señal abierta, y nosotros como pueblo celebramos y defendimos esa decisión. El “problema” (o más bien nuestro arrugue ante el problema) sobrevino después.
Segunda pregunta: ¿cómo puede una sociedad hacer una revolución si quienes la promueven tienen miedo o vergüenza de molestar al enemigo? La línea discursiva que se impuso desde las alturas oficiales en aquel momento era de un tembloroso que daba tristeza: estaba prohibido decir “El Gobierno cerró o le quitó la señal a RCTV”. Las normas (imagínense, una Revolución respetando normas burguesas) indicaban que era necesario presentarlo todo como un acto legal, pulcro, derechito y sin sobresaltos: no fue que cerramos RCTV, sino que se le acabó la concesión al grupo 1BC y el Gobierno decidió no renovársela. Esto fue estrictamente así, pero en un proceso revolucionario ¿qué tienen los revolucionarios que andar justificando nada ante los poderosos, ante el enemigo que se quiere derribar de su pedestal de privilegios? A unas familias que han expoliado al pueblo pobre durante siglos, una burguesía insolente, ¿hay que explicarles que existen unos papeles que justifican nuestra acción revolucionaria? En una Revolución a los mafiosos, a los burgueses y residuos de la aristocracia hay que decirles “Miren señores, ustedes tienen esta empresa o este privilegio y el Gobierno Revolucionario se lo está quitando, ahora vayan a llorar a donde quieran, esto es una expropiación y aquí se acabó el reinado de los super empresarios”. ¿Ustedes se imaginan a Bolívar explicando ante el mundo las razones legales de la Guerra a Muerte? ¿Qué ley ni qué nada si lo que estamos es en guerra?
El tiempo ha dicho cuán equivocada estuvo aquella estrategia de arrebatar con pena de hacerlo: en aquel 2007 a esa blandenguería y esa inseguridad nuestra se le notaron las costuras, y en diciembre la indefinición se tradujo en derrota electoral (fue el año en que perdimos el referendo para la Reforma). En 2007 los escuálidos retomaron su acción en marchas y discursos encendidos y eso los hizo ver a la ofensiva; y nosotros, que supuestamente somos los que estamos al ataque porque somos revolucionarios, invertimos todo el año en dar explicaciones temblorosas: "No vale, no el Gobierno o cerró un canal, lo que pasa es que se le terminó la concesión y entonces el artículo tal de la Ley de Telecomunicaciones indica que...".
Este año el Gobierno está expropiando y nacionalizando a paso vertiginoso, con una diferencia: ahora no hay “fin de la concesión” ni artimaña con aspecto legal sino puro y simple acto soberano de quitarles a los ricos lo que necesitamos los pobres. Así es que se gobierna y así es que se hace Revolución: no disfrazando nuestros actos audaces sino restregándoselo en la cara al enemigo. Ante la prepotencia del poderoso, altivez del pueblo. Esa es la fórmula para sabernos en rebelión y sentirnos orgullosos por ello.
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