domingo, 27 de enero de 2008

Contra todos los sambiles (ensayo sobre la neogodarria, I de creo III)



Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires.
Cada lucha debe empezar de nuevo separada de los hechos anteriores.
La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia
aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños
de todas las otras cosas.


Rodolfo Walsh


...Y a Vitelio, el filósofo, lo expulsan de los pasillos del centro comercial, dos efectivos de la policía de Chacao, por haber estado gritando que
todos los que están en el Sambil habitan en la Caverna, y lo que ven, no son más que sombras o vagos reflejos…


Radiografía mínima in illo témpore

Macuto, 3 de diciembre. El balneario de Macuto rebosa en gente; toda Caracas está aquí, sin contar mucho personaje político de las provincias, que viene a acechar la agonía de Castro, porque Castro agoniza en Macuto, en su quinta de la Guzmaniana. Pero a Macuto no le importa. Macuto se divierte. ¿Se divierte? No. En Venezuela nadie se divierte sino finge divertirse. Faltan sinceridad, ingenuidad, tolerancia; sobran hipocresía, orgullo y estupidez. Lo que pasa en Macuto es curiosísimo. Unas familias no se juntan con otras porque se creen mejores o de más claro linaje; como si aquí hubiese linaje sin algo de tenebroso. Algunas señoras piensan que el buen tono consiste en huir de las distracciones y aburrirse en la soledad. Y no falta quien la imite. Una panadera —vieja antipática y presuntuosa—, mujer de un pobre diablo de panadero, da el tono y se cree de sangre azul. Quizás como la tinta: azul negra.
La otra noche en el casino, después de una audición de fonógrafo —colmo de las distracciones locales— alguien sentóse al piano y tocó un vals. Los jóvenes quisieron bailar; pero la hija de la panadera —una chica idiota de catorce años, incapaz de coordinar dos palabras— se levantó, acaso por miedo de que nadie la sacara a bailar, acaso porque no sabía. Eso bastó. Retirándose la hija de la panadera, ¡cómo se iban a quedar las otras muchachas! Todas fueron partiendo, una a una, a fastidiarse, por supuesto, en su casa. Se propone un paseo a los alrededores de Macuto, que son pintorescos: no falta imbécil de señora que exclamen cuando invitan a sus hijas, como si les propusiera llevarlas al burdel:
—Mis hijas no vinieron para eso.
¡Qué gente más repugnante y más fastidiosa! El orgullo los devora a todos: un orgullo absurdo, por infundado. Todo el mundo se cree mejor que el prójimo; y es, a menudo, el único en tal opinión. Para probar superioridad, trata de denigrar o ridiculizar al vecino, cuando no lo calumnia y, desde luego, lo mira con aire de protección, sin querer rozarse con él. El otro paga el desdén, con desdén y con odio.
La ignorancia es igual a la presunción. ¡Qué mujeres, qué hombres tan ignorantes! ¡Y hablan de todo con un tonillo tan doctoral, tan solemne, tan contundente! Lo que dicen ciertos viejos o ciertas viejas, no admite réplica. Meros lacayos, como el farsante y molieresco Mascarilla, hácense pasar ante los incautos ridículos aunque no preciosos, por “grandes”, como se decía en tiempos de Maricastaña, por empingorotados señorones; y como el picaresco Mascarilla, piensan que la gente de calidad puede saber de todo, sin haber estudiado nada. Por eso opinan.
Las muchachas enclaustradas todo el año en sus casas de Caracas, ociosas, fastidiadas, despechugadas, sudando, tienen por única distracción asomarse de tarde a las rejas de las ventanas. Lo natural sería que anhelaran solazarse aquí, dando al traste vanas presunciones. Pero tienen tan en la sangre la necedad ancestral, y tan envenenadas de estupidez fueron por el ejemplo y la educación, que se creen las más hermosas mujeres del orbe, nietas de María Santísima, superiores en alcurnia a una Rohan, a una Colonna, a una Medinaceli. Olvidan que Boves[1] hizo fornicar a todas nuestras abuelas con sus llaneros de todos los colores. Para esas infelices desmemoriadas y presuntuosas, todos los hombres tienen defectos. ¡Pobrecitas! Cuando vienen a adquirir experiencia, cuando vienen a abrir los ojos a la verdad de la vida, ya la frescura de los abriles se ha marchitado, y condenadas al celibato se hacen místicas. Entonces adoran a Dios, pero odian a la humanidad. Estas beatas que suspiran por el cielo, convierten el hogar de sus padres que no pudieron enderezarlas cuando jóvenes, hacia el marido y la felicidad.
La gente de Macuto, es decir de Caracas, piensa y opina que el colmo del honor es ser comerciante. A un pobre infeliz, vendedor de cintas, de pescado seco, de café; a un importador de trapos europeos; a todo hombre atareado, sudado, oloroso al queso que expende o al tabaco que acapara en su almacén, lo imagina un personaje, y su importancia se mide por la de sus negocios. Generalmente los comerciantes son conservadores cuyos padres, o ellos mismos, dejaron escapar de sus ineptas manos el poder, hace cuarenta años. Aunque refugiados en el comercio, se suponen todavía los únicos con derecho a gobernar y ser árbitros de la República, y se permiten despreciar —in péctore por supuesto— a los políticos, sin que el despreciarlos sea óbice para que los adulen, y hasta exploten.
Esa gente vive una vida tirada a cordel, árida, isócrona, hipócrita, carneril, aburrida. Salirse por la palabra o por la acción, del círculo de hastío que trazaron la estupidez y la pereza, es salirse de su estimación o incurrir en su reproche. No hay medio. Todo el mundo debe aburrirse al compás,. Si no, es un bandido.
Los jóvenes de sociedad son todavía peores que las jóvenes. Ellas, víctimas de la educación, las pobres, por su belleza —abundante hasta lo increíble en las mejores clases— y por su sexo y su mayor infortunio se hacen perdonar. Pero ellos, cínicos o hipócritas sin término medio, roídos por la sífilis, envenenados por el alcohol, mueren prematuramente o vegetan toda la vida, en ignominia y holgazanería, alimentados por el padre, por el tío rico, o por la hermana casada. Tienen tanto horror al trabajo que prefieren todo, hasta la muerte, antes que trabajar. Por eso engrosan a menudo las filas revolucionarias, en las guerras civiles. Esperan ser coroneles y generales; asaltar el poder y robar bastante Esperan tener dinero y ser felices, sin trabajar. Las madres meten sus pimpollos casaderos por los ojos del jovencito que saber ganar como dependiente cincuenta pesos mensuales. Entre tanto, los narcisos y petronios de Caracas, florecidos de pústulas, cubren de chacotas e ironías a ese jovencito de vergüenza que lleva con dignidad su vida, que se come lo que gana, y conquista el derecho —orgullo de varón del que ellos carecen— de mantener una mujer.

Caprichosamente, hemos decidido citar de forma extensa, tal vez morbosamente extensa, para ver, mediante el furibundo Rufino Blanco Fombona, un minúsculo retrato, muy dictado por la emoción (y el genio decantado) cuando el eterno polemista, tras una de las muy sus rabietas, despotrica contra la societé del Macuto de principios del siglo XX, espacio de lo más in. El lugar de moda en el período social a las puertas del gomecismo y las bases de la actual sociedad en que luchamos por trascenderla; para la gente nice, para la alcurnia comercial caraqueña, que si traducimos a este momento, sería algo así como el lugar de esparcimiento donde Daniel Zarcos, la familia Cisneros y/o la Mendoza, Ismael García, Ruddy Rodríguez (o Fabiola Colmenares, da lo mismo) y algún incauto ministr@ (o diputad@) hacen maravillas de lo que ahora, en vez de cafecito y cartas, sea pepsi, solera, perico y karaoke: lo que en los años 80 se daría lugar en un ensayo maiamesco de Río Chico, con sus canales llenos de corronchos, lanchas y mierda; acompasado por el ritmo de la meneada de culo que Cindy Lauper o Yordano marcaban (los días del 1 por 1) pautaban; mandrax, pistolas y narcotráfico, con un fondo de farándula, que hacía de las suyas, como si de Miami Vice se tratara; el hampa cuello blanco y el gobierno y los medios con todo su aparato post-viernes negro y su vacilón rentista.

Entonces, y siguiendo en la nota, ¿por qué exclusivamente ese pasaje por sobre cualquier otro? ¿qué “aporte” hace la cita de su Camino de imperfección para precisar y dar noticia de un síntoma que puede considerarse inherente a una sociedad, al esquema del que sale esa idea de sociedad? ¿qué le puede dar valor historiográfico a la documentada arrechera de unas páginas de hace, casi exactamente, cien años? A lo mejor si nos ponemos con las huevonas discusiones enmarcadas en la “legitimidad” y la “objetividad” académica, tal lectura, dentro de ese cajón, no es suficiente, y la investigación no está a la altura o algo así. Dirán que es una expresión caprichosa y subjetivista, y están en lo cierto. Puesto que el presente ensayo es totalmente subjetivo, su visión es subjetiva y, tal vez la tesis que tratamos de desarrollar, sea lo único que pueda enunciarse en esa “unidad dialéctica” (entre una realidad objetiva y una subjetiva) que Freire quería para su posibilidad ejecutoria, en una reflexión que transforme; por lo menos en sus intenciones. Si nos ponemos academicosos, o, en el mejor de los casos, unamunianos, podemos defender este punto de partida como el de una discusión “intra-histórica” o algo así: de aquel torrente indetenible que realmente es la historia, en la que la cotidianidad de sus participantes eche el cuento, y no los grandes episodios bélicos que fundaron la gloriosa patria. Sino, por el contrario, una nota individual, (sin caer en teoría) íntima, un momento de visión de una de las más acertadas opiniones de su época. Por ahí dirán que un trabajo de escritura literaria, así sea diarista (donde mucho de egolatría se cuela) no tiene el mismo valor historiográfico de la solemnísima Venezuela heroica de Eduardo Blanco o los mismos, polémicos ensayos del Rufino. Pero para nadie es secreto que a partir de un registro sensible, podemos alcanzar todas esas claves históricas que se concretan en los hechos materiales, sean bélicos o no. Tiene la misma “capacidad de verdad” que podría tener Eduardo Blanco, pero diferentes vicios estilísticos, en este caso y en la muy nuestra opinión, más transparentes en la retórica descarnada del autor de El hombre de hierro que en la épica histórica de Blanco, Eduardo. Por otro lado, sería como darle más validez histórica a lo que digan Eduardo Blanco (o Páez si a eso vamos) sobre la Batalla de Carabobo en 1821, a una copla errante que sobreviva permanentemente en el curso de la oralidad popular, de la cultura de los pueblos y que narre el mismo cuento desde otra perspectiva. Sería darle más legitimidad a la versión del General a la versión que comparten los soldados anónimos, y sus descendientes. Digo yo.


Apartando el origen de clase de Rufino (además de que no vivió como tal, sino como el sensualista aventurero, jodido pistola en mano que pasó tanto por la cana, como el gobierno, como por la admiración de Ruben Dario o de don Miguel de Unamuno, el proyecto editorial América, etc.), hay más experiencia y vivencia histórica vivida en carne (como la de los pueblos) a la apoltronada escritura (por más acalorada que sea) de un Blanco o un Uslar Pietri, cualquiera de los dos (Juan o Arturo).

Finalmente, queremos sostener en el presente ensayo que, sí, realmente, un pequeño asomo de subjetividad[2], que esboza un retrato de época a partir de una bronca, es totalmente válido para iniciar una visión de un aspecto todavía activo en la sociedad civil de principios del siglo XXI. Pa que dejen la huevonada apriorística.

El punto en común entre ese ayer y ese hoy

Para partir de alguna parte, y partiendo de un rasgo de la colectividad que se desenvuelve en el pasaje del diario, el tiempo en el que se desarrolla la trama, es justo a las puertas de lo que va a ser (y regir) la estructura definitiva que cobrará la mecánica social, al consolidarse como una república liberal, capitalista y dependiente, culturalmente neocolonizada y arropada en el rentismo petrolero más rampante de toda América. Es a través del interregno Castro[3] -Gómez en el que se consolida todo el aparato de Estado desigual y ventajista que regirá la vida venezolana hasta final del siglo XX. En ella, con la transición de la economía nacional otrora dinamizada por la caficultura pasa a ser un país petrolero y monoproductor, con todos los desmanes y desgracias que a todo nivel se montará sobre la vida de la Venezuela descalza y desposeída. Seamos más específicos.

En lo histórico, buscamos sustentar nuestro discurso en aquella línea reflexiva de la historia que, en casos como Domingo Alberto Rangel (el viejo) y Kléber Ramírez[4] podrían coincidir y situarse, a pesar de las significativas diferencias. Ambos parten de la premisa de que la sociedad democrática post-Pacto de Punto Fijo está construida y bien cimentada por la estela político administrativa (y su consecuente reflejo social) que se generó a partir del ascenso del Cabito (y con él la pujante sociedad comercial tachirense) que luego reposaría y se consolidaría definitivamente durante el grillo gomecista. Pensando en torno a esta premisa, lo que logró la tan venerada Generación del 28 por adecos y gentiles en sus reformas a todo nivel, fue consolidar precisamente las bases en las que se sustentaba la burocracia gomecista y el modus vivendi puertas adentro de palacio. Es en ese preciso instante donde la identidad cultural se engrana orgánicamente con el nuevo esquema de la burguesía nacional que ya venía consolidándose con Guzmán Blanco. Rasgo de ello es la llegada de etiquetas como estrategia publicitaria en los artículos de consumo durante los gobiernos del “Ilustre Americano”[5]. Con la llegada de Gómez al poder, lo que se alcanza es la consolidación del poder económico con poder político, sin necesidad de regir directamente el militar: basta con comprarlo. Para Domingo Alberto Rangel[6], el esquema social que hace vida del gomecismo pa llá, muy al contrario de lo que se piensa, ya era una sociedad madura que reflejaba un proyecto de país que viene desarrollándose justamente desde su independencia (con un Zamora y todo de por medio). Entre una montonera y otra, Venezuela lograba en lo político constituirse como país, superando de forma definitiva el caudillaje regional, con la conformación de un ejército permanente. Lo que rebatiría a la perfección aquel ridículo y ramplón discursito del atraso que todavía, hoy por hoy, (2008!) se manifiesta en el habla del venezolano a cualquier nivel. Como si con toda esa consolidación de mierda petrificada mediante la represión (que nunca cambiará en sus dimensiones barbáricas) no se imbuya y lo arrope todo el discurso de la dominación a partir de la “identidad cultural” que trae consigo la consolidación del capitalismo. Es en este período (1907-1936) en el que el capitalismo neocolonial se asienta, definitivamente. Es a partir de entonces que nacerá la mitología capitalista nacional, que hará reflejo en todo el plano textual, en todo el plano de lo escrito: leyes, educación, producción cultural en general, generado y enunciado por la clase dominante. El país como propiedad privada. Ahí se dejó pavimentada el camino para las reformas como paliativo social. Dicho esto, y dentro de ese marco, la constitución de un país no pasa de ser una pobre novela costumbrista de elite.

Y vamos a lo nuestro. Con toda la candidez del mundo, ¿qué diferencias existen entre esa casta de comerciantes pendejos y sus hijos tarados a los de ahora? ¿Acaso no son los mismos, tanto padres y representantes como hij@s los que ahora enarbolan sus discursitos de libertad, democracia, de que esto es una dictadura, que acaparan los alimentos culpando al gobierno, que quieren, supuestamente, un país de “todos los venezolanos” (en Estados Unidos), un país en el que “los ricos ayuden a los pobres y los pobres a los ricos” (Freddy Guevara dixit)? Así los modos hayan cambiado (culturales, de producción etc.) ¿no es un grupo minoritario de la sociedad que se expresa de la misma forma que ahora y la hace ver como una totalidad, como el montaje de Puente Llaguno el 11 de abril del 2002?


Esto y más, en la próxima entrega de Contra todos los sambiles (ensayo sobre la neogodarria). No se lo pierda señora, que si se lo pierde, se jode.

[1] 1907


[2] Tratándose de eso, hagamos el esfuerzo de centrar la lectura en los elementos colectivos de la época, y no en la épica individual del embarrancado escritor. Que si el tipo es un misógino, que si el carajo exagera, que se puede decir de otra forma, que él también era un sifrino, que un racista, que un coño e su madre; nada de eso viene al caso, y amerita una más profunda discusión en torno a Rufino, y no exclusivamente a un pasaje de sus diarios que saltó a la vista, por destacar algo que permanece vigente en la carne de los tiempos.Porque en algún momento, en cierto apunte fechado tres días más adelante, Rufino el rabioso se conmueve ante el mismo grupito de burgueses que lee su novela El hombre de hierro, por esos entonces post-guzmancistas. De hecho, llega a comentar en la mencionada nota, cuán duro fue al opinar sobre esa gente ni tan maluca así, aquel aciago y rabioso 3 de diciembre de 1907.

[3] Mencionamos a Cipriano Castro de forma más superficial aún. La figura de El Cabito también fue velada y obsecuentemente distorsionada (es decir, tergiversado por jalabolas en el transcurso de los años) como la de un tirano, compadre de Gómez, un poco más salvaje y brutal, y punto. Cuando la imagen que ahora se rescata del mismo, si bien ajustado a la violencia de la época, es la del líder nacionalista que se enfrentó a los grandes consorcios imperiales en total defensa de la soberanía nacional, mandando pal coño toda la jugarreta legal que los consorcios aduaneros y de otras índoles, soportados por sus respectivos gobiernos (Francia y Alemania a la cabeza)desembocando en el nefasto bombardeo de La Guaira. José SantRoz ha desarrollado el tema Castro al pelo, y lo pueden conseguir por aporrea.org.


[4] Pal que le interese, en el caso de Domingo Alberto Rangel, que lea entre otros La oligarquía del dinero (tercer tomo de la trilogía Capital y desarrollo) y Los andinos en el poder, particularmente, entre tantos otros de su copiosa bibliografía. En el caso de Kléber, se puede leer en Venezuela la IV república (o la total transformación del Estado), e Historia documental del 4 de febrero. Para saber la cita exacta y demás huevonadas, escriban a mi correo y les hago el favor, porque de verdad que me da ladilla llenar esta vaina con más citas.


[5] Como en lo anterior, que me escriban un iméil y le doy la referencia, que más de uno ha mentado por ahí. Pero ponerlos en este ensayo de cómo flojera. Ni tan flojo porque esto lo escribo de memoria, así que no me jodan y escriban el iméil.


[6] Si sigue con la vaina, léase nota al pie 4 y 5.

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